MALEIWA (1era. PARTE) MITO WAYU


Origen de Maleiwa-(Mito Wayu)
Eeshi chii ajuupajuikai jime, chii kemenulukai, yalaa palaairuko… “El gavilán del mar” es el pájaro que nada muy bien, y que se deja caer sobre los peces para atraparlos. Antes, era un hombre. Gustaba mucho de pescar, y cada día traía los pescados. Su esposa le dio una niña. La niña creció. Su padre la quería mucho. Cuando tuvo sus primeras reglas, entró en reclusión. Se la encerró en una casa pequeña. Cuando salió era ya una joven. Aquella descubrió entonces que estaba encinta. Nadie sabía quién la había fecundado. Cuando su padre se dio cuenta, su vientre estaba ya muy crecido. -¿Quién te ha hecho eso hija?, le preguntó. -¡Yo no sé! Ningún hombre ha venido a verme nunca. El se ha formado solo dentro de mi vientre. Cuando estuvo muy gorda, el niño se puso a hablar. -¡Fabrícame flechas, quiero ir a cazar!, dijo cuando ella pasaba delante de un caujaro. -¿Qué podría hacer con una flecha y cómo podría ir a cazar, ya que está todavía dentro de mi vientre? se preguntaba la madre. Pero el niño insistía. Ella talló una flecha. ¡Sin embargo, él no salió! Y continuó hablándole. Entonces, cansada de escuchar y de responderle, se golpeó el vientre. Esto disgustó al niño, y no habló más. -¡Sal, ya que eres cazador! le grito ella. Pero él se quedó callado. Un día que ella había ido a cortar leña, una astilla le cayó en el ojo y se lo reventó. En seguida el otro dejó de ver. La mujer estaba ciega. No veía más la tierra. Caminaba al azar… Se equivocó de camino, se perdió en la maleza. No encontraba ya su casa. El niño estaba en su vientre, y no le quería hablar. Ella dormía sobre la tierra, afuera. Caminó mucho tiempo, muchísimo tiempo… Así llegó hasta la casa de la madre de Jaguar. Jaguar estaba de cacería. -¡A!...¡Tachón nee! ¡Aíe, mi hija!, dijo la madre de Jaguar tomándola por el brazo. Esta la llevó a su casa… La mujer había caminado durante dos días. Tenía mucha hambre. La madre de Jaguar le dio de comer. Después la bañó. En seguida la escondió debajo de unas viejas mantas. Su vientre estaba muy crecido. Al regreso de la cacería, Jaguar dejó su presa habitual. Su vieja madre se levantó. Vertió agua, en el lugar donde todos los días Jaguar tomaba su baño. Luego se fue a preparar la comida. Jaguar se lavó, se secó y se vistió. Su madre sirvió la comida. Aquél comió muy rápido, hasta que se sació. Luego se lavó la boca y las manos. Después despedazó y saló lo que quedaba de la presa. La puso a secar. En fin se levantó y fue a caminar delante de la casa. Jaguar sintió un olor agradable, un olor a melón. – ¿Qué hay aquí, que huele a melón? preguntó a su madre. – ¡No hay nada! respondió ella. Pero Jaguar encontró a la mujer, y la mató. Después de haberla comido, Jaguar escupió los restos del alimento, los residuos que quedaban entre sus dientes. En seguida éstos se menearon. – ¡Kuin! ¡Kuin! Cayeron a tierra y lloraron… Su vieja madre los recogió. Los puso en algodón. Les dio de comer. Ellos eran tres muchachos. La madre de Jaguar los crió. Crecieron rápidamente. Tuvieron pronto sus flechecillas. Comenzaron a matar lagartos. Una vez que estuvieron bastante grandes, Jaguar les fabricó flechas metálicas. Les enseñó a cazar, a disparar el arco. Cuando los muchachos iban con él, debían abatir los venados y los corzos, gritando -¡koo! ¡koo!..., lanzándoles piedras. Llevaban las presas a la casa, donde las cortaban y salaban, antes de hacerlas secar. Jaguar los quería mucho. Más tarde Maleiwa, – el más joven de los tres hermanos, el único que recibió poderes sobrenaturales– él mismo mataba las piezas. Se las daba a la madre de Jaguar y los jóvenes se alimentaban con ello. Es entonces que se acostumbraron a robar melones a la Paloma Vieja. Cada día iban a sacarlos a escondidas, aun cuando no cazaran cerca de allí. La Vieja se dio cuenta. Había observado las huellas de sus pasos. Se escondió en la huerta y se puso al acecho. – ¡No escaléis la cerca de mi huerto! ¡Naputaala! ¡Residuos de alimentos! ¡Saaliipuna! ¡Escapados de la muerte! gritó cuando los vio. Al día siguiente, los hermanos regresaron. De nuevo la vieja los insultó. – ¡Epa, ahí están los ladrones de mi Cosecha! – ¡Aquellos cuya madre ha sido comida por jaguar! – ¡Repítelo una vez más, te voy a matar! dijo Maleiwa. – ¡Escapados de la muerte! ¡Restos de alimentos! ¡He ahí lo que tú eres! ¡Lo que te digo es lo que tú eras antes! – Estabas entre los dientes de Kulirapata. – ¡Tu madre fue comida por Jaguar! – No soy yo quien la ha comido. – ¡No me vas a robar toda mi cosecha! – ¿Es cierto lo que dices? preguntó Maleiwa. – Es verdad, Jaguar se comió a tu madre. Cuando Paloma contó lo que había pasado, Maleiwa le quemó las pestañas con un algodón. Los ojos de Paloma no tienen hoy pestañas. – ¡To’uta tee! ¡To’uta tee! ¡Ay, mis pestañas!, canta ella desde ese tiempo. Maleiwa decidió entonces matar a la madre de Jaguar. Durante una cacería, los muchachos cesaron bruscamente de abatir los venados y regresaron a la casa. Cuando llegaron, Maleiwa flechó a la vieja mujer. Los muchachos la cortaron en pedazos. Escondieron su cabeza y el resto lo cocinaron. Maleiwa tomó los rasgos de la madre de Jaguar, – él estaba todavía pequeño, pero tenía ya poderes sobrenaturales-. Tenía los cabellos blancos. Hilaba el algodón enrollándolo en su pierna. Jaguar volvió de la cacería. – ¿Por qué no han venido a recoger mi presa?, le preguntó a su madre. – Han venido directamente con lo que mataron. ¡Come! ¡come! ¡El que tiene hambre no debe inquietarse! Era Maleiwa, quien hablaba en lugar de la madre, con los cabellos blancos e hilando el algodón… Jaguar hambreado se precipitó sobre el alimento. Después de tres bocados, sus dientes rechinaron. – ¡Push! ¡Push!... ¡Shia pii! ¡Shia pii!...: – ¡Push! ¡Push! ¡Es tu madre! ¡Es tu madre!,  decían los dientes. En seguida Jaguar escupió la carne. ¡Se había dado cuenta! Se abalanzó sobre uno de los jóvenes. Inmediatamente Maleiwa se convirtió en muchacho. Trató de flechar a Jaguar, pero en vano. El otro también lanzaba flechas. Pero ni uno ni otro acertaban a darse. Cerca de sí, Jaguar hizo una cerca de piedra. Maleiwa quería cazarlo, pero Jaguar se le escapaba. De nuevo se batieron a flechazos, flechas siwarai, con punta de metal. Estaban a la par. Las flechas no les entraban… Pero Jaguar estaba hostigado. Y pronto debió dejar Jorolamatu, Allí donde se encontraba la casa de su madre. Maleiwa partió en su persecución. Lanzaba flechas a la montaña litujulu y en las colinas cercanas… Jaguar huía aterrorizado. Maleiwa no lo dejaba dormir. Estaba muy lejos. Y seguían corriendo. Maleiwa hizo fuego, delante y detrás de Jaguar. Pero éste se salvó. Llegó entonces donde el caracol Fulera. – ¡Socórreme, abuelo! Dame de beber, me muero de sed. Jaguar estaba quemado en todas partes… – Aún hoy, se ven las manchas negras del fuego sobre su piel-. Pero el hombre había escondido su agua. Fue Maleiwa quien le había ordenado que así lo hiciera. – Te daré de beber si me das tu ano. ¿No soy un hombre? respondió Jaguar. – ¡Si eres un hombre, vete!, dijo Fulera. Jaguar le ofreció sus flechas. ¡A Fulera no le sirven para nada! Le ofreció una flecha envenenada. Fulera la rechazó. Maleiwa iba a llegar… – ¡Haz lo que quieras de mí! dijo jaguar. Por el ano, lo penetró, lo penetró… En seguida después, se escondió en el “palo brasil”, sin darle agua a Jaguar. Este furioso, desgarró la corteza del árbol, pero no encontró a Fulera… Desde ese día, el “palo brasil” está marcado con profundas estrías… Jaguar de nuevo se puso a correr. Pronto encontró a Cachicamo y le pidió agua. MALEIWA había pedido a Cachicamo hacer lo mismo que Fulera. – Te daré agua si me das tu ano. – ¡Tómalo!, dijo Jaguar quien tenía mucha sed. Cachicamo lo ensartó, lo ensartó, lo ensartó… Pero casi en seguida quiso volver a entrar en su casa, negándole el agua a Jaguar. Entonces Jaguar le desgarró el cuerpo, y le cortó la cabeza. Cuando Maleiwa llegó, encontró a Cachicamo tendido al sol, muerto. Maleiwa flechó a un búho. Le cortó la cabeza, y se la puso a Cachicamo: desde entonces el Cachicamo tiene el cuerpo desgarrado, y una boca sin dientes. – ¿Qué es lo que ha pasado? preguntó Maleiwa. Cachicamo contó lo que había hecho. – ¡Está bien! ¡Jaguar quedará pederasta!, dijo Maleiwa Maleiwa persiguió todavía a Jaguar, muy lejos, hasta una montaña donde aquél se refugió….


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